domingo, 22 de abril de 2012

Me ves, luego existo

Texto de Raquel Zenker donde reflexiona sobre mi trabajo. Gracias Raquel por este extraordinario esfuerzo. He de confesar que me siento desnudo dada la capacidad de Raquel para indagar en mis planteamientos y su claridad expresiva.


 
 Me ves, luego existo

 Texto de Raquel Zenker


¿Somos conscientes de formar parte de una alienación existencial que nos invita a recrearnos dentro de una iconografía global virtualizada? En esta era de la eterna conectividad, la relevancia del individuo proviene de su propia visibilidad. Un  exhibicionismo crónico del  cual somos partícipes, pues continuamente  nauseamos sin ningún pudor nuestras narrativas personales. Liberación superficial, caótica, anodina si cabe, pues tanto los miedos como los placeres se publican, actualizan y comparten infinitamente dejándonos en un estado de vacuidad del ser, sin posibilidad de interiorización.


Desterrados del microcosmos de lo privado, abrazamos en este comienzo del milenio el macrocosmos de lo público. La arrogancia del yo, se ha convertido en divertimento de autoafirmación a través de la imagen. Un eterno vivir escondidos tras el individualismo de la máscara, como ya nos vaticinó  Derrida.
 Dentro de esta patología icónica, la identidad se construye, a través de un narcicismo artificial,   pues hemos pasado casi sin darnos cuenta, de la soledad  del agua, al espejo; y del espejo, a la multitud de la imagen fotográfica. Una multitud que nos acompaña continuamente, ya que  nuestra comunidad virtual de amigos y seguidores es la que hoy nos autoidentifica, nos valora, nos enaltece, pues sólo a través de la mirada lumínica del otro, nos reconocemos.
Me ves, luego existo.
En esta falacia de territorios virtuales, y parafraseando a Sartre, es cuando nos atrevemos a sustituir la cita latina “ cogito, ergum sum”. Descartes seguramente estaría de acuerdo con nosotros, pues ya no es el conocimiento el que nos define, sino la imagen. Un proceso identitario externalizado, que es reflejado como un yo reconstruido, ficcionalizado, fragmentado; en tanto en cuanto, los anclajes que hoy nos definen,  si existen, son deficitarios.
Aún así,  osamos  rechazar  la conciencia de nuestra propia finitud dentro del mundo real, pues irónicamente es en la  virtualidad donde al fin encontramos la perpetuidad del ser. Perpetuidad, que trasciende a través de sus imágenes Jose J* TORRES. Este rastreador de lo visible, explora otros territorios limítrofes donde confluyen esos márgenes entre el yo visible y el yo oculto, rechazando ese vacío metafísico inherente a la mitificación de la imagen. Pues es consciente de la pérdida de las identidades firmes y  definitorias que nos  proporcionaban estabilidad dentro de las viejas retóricas occidentales. Y es dentro de esta inquietud social que hoy nos definde, y nos desorienta, donde este autor se atreve a indagar los ocultos subterfugios  definitorios del ser.
Hacer visible, lo invisible es su premisa, en un continuo deambular  entre  realidad y ficción, el yo y el otro, vida y muerte. Narrativas visuales que construye simbólicamente a través del territorio. Al igual que durante siglos la cartografía se dedicó a certificar la existencia de los lugares, este explorador neoromántico, da visibilidad a esa cara oculta y desconocida del ser. Morfologías del paisaje en el que indaga nuevas subjetividades, evocando paisajes introspectivos, silenciosos, melancólicos; sutilmente escenificados, pues sólo así, es capaz, de construir su imaginario.
Territorios con las que se autoidentifica, creando su propio cuaderno referencial, en un continuo ejercicio de profunda autoexploración, descubriendo esos límites del precipicio, pues irónicamente deambula por los bordes del abismo, para hacernos sentir ese vértigo ancestral, esa pérdida, huella de toda disolución, terror hoy domesticado.
Aún así, dentro de toda esa contención, prevalece una sensación de profunda extrañeza, y es lo que realmente nos emociona en sus imágenes, das Unheimliche, ese efecto de extrañamiento que nos incita a establecer conexiones con lo inquietante, lo espectral de las cosas dentro de la familiaridad de lo real, como ya nos describiera Proust en un primer acercamiento a este término. Es esa desviación mínima, oculta que intuimos dentro del paisaje; acompañada de un silencio triste y amargo, lo que irremediablemente nos sobrecoge.
 Sus ficciones nos adentran en la soledad del “otro”, que permanece inmóvil, expectante, en un suspenso eterno ante el paisaje. Cabe recordar en este preciso instante las palabras  de Eugenio Trías “el silencio hierático de lo sagrado, que invade el rostro y los ojos hasta fijarlos en una especie de reposo rígido y majestuoso. No hay el menor atisbo de movimiento ni de dinamismo, o de fuerza potencial que pudiera ser desplegada, en esos rostros convertidos, en su travesía del límite, en auténtico material sagrado”.
Metáfora del devenir del tiempo, la imagen como una muerte simbólica,  pues “una foto detiene y separa una imagen, dejándola en suspenso entre el antes y el después, apartándola, por ende, de sus coordenadas convencionales de la realidad”, en palabras de Nelly Schnaith. Un paisaje que hoy nos incomoda, pues somos conscientes de que ya no formamos parte de él. Ni siquiera de esa generación, generación del cambio, como Torres la denomina, pues son ellos, esos habitantes fronterizos que habitan el paisaje en solitario, los que nos hacen ser partícipes de sus miedos e inseguridades. Frágiles se enfrentan a un viaje iniciático propio de su juventud, viaje que  no tendrá fin, pues la madurez, si se alcanza, será demasiado tarde. Y es por ello por lo que permanecen inertes, a esperas de un cambio inminente que nunca acaba de llegar.
Me ves, luego existo.
Es esa última mirada lacerante la que más nos hiere, paisajes del rostro que rememoran ese último viaje por explorar, acercándonos al abismo, cartografías vividas a través de la alteridad de los otros, pues sacar un retrato, es retratarse a sí mismo, sombra visible de lo invisible. ¿No son en sus jóvenes rostros donde este autor se autoproyecta, reflejando con toda acritud su propia muerte? Un abismo al que nos acerca emotivamente a través del duelo y la memoria, en un intento de traspasar este tiempo accidental que le ha tocado vivir,  dentro de un contexto social confuso, generador continuo de estados de abatimiento y desasosiego,  donde el futuro, si existe, se vislumbra incierto.


Raquel Zenker

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