domingo, 6 de noviembre de 2011

El secreto siempre estuvo en sus ojos


©Mónica Aranegui


Desde el pasado día 3 y durante todo el mes de Noviembre podremos disfrutar en el Museo del Calzado de Elda (Alicante), del trabajo de Mónica Aranegui. Mi relación con Mónica se extiende más allá del plano profesional. Comenzó desde la admiración por sus escenografías líricas, viajando  por las propuestas de un mundo de sueños incómodos. Poco a poco y muchas horas de conversaciones después salpicadas de confesiones, risas, diálogos y susurros con encuentros de trabajo, convivencias y pasión creativa,  se ha convertido en una intensa amistad. 
 Hace un tiempo le realicé una entrevista que podeís leer aquí. 
En esta ocasión  os dejo con un texto que he escrito con motivo de esta exposición y que pertenece al catálogo de la misma.


El secreto siempre estuvo en sus ojos

Mama cree que no le oigo lavar los calderos.
Esa música atronadora que produce cada vez que comienza a hacerlo en un lugar tan estrecho es realmente molesta.
¡Qué bonito lugar ha elegido papa para estacionar!
A lo lejos, al otro lado de la carretera hay un pequeño bosquecillo. Me gustaría poder volar hasta allí, aunque estoy convencida de que eso no va a gustar a mama.
¿Y si me encontrara a la dama blanca de la aurora esperando el dibujo de mis alas? Prometí que sería la primera en poder disfrutarlo. Ella siempre se encuentra escondida con su vestido blando mirando al bosque o flotando en las aguas gélidas del río, alentando el rumor de la corriente.

Dormía plácidamente.
Allá afuera los gritos jubilosos de los transeúntes, el polvo levantado por las personas arremolinadas, los olores a heces de animales, las luces azuladas de las sirenas de las motos policiales en la noche, el estruendo de una música verbenera, machacona y veraniega. Pero ella dentro de aquel cochecito-casa dormía plácidamente. ¿Qué estaría soñando?¿Dónde se encontraba su tierno ser ingenuo de mirada viva y amistosa? ¿Cómo era posible que durmiera con todo lo que estaba pasando a su alrededor?
-Seguro que cuando vea las luces de las atracciones se vuelve medio loca- susurraba su madre sentada junto a ella, acariciando el estropajoso pelo del angelito.
Unos metros más allá su padre liaba uno de aquellos cigarrillos que desprenden un olor dulzón y embriagador. Era el comienzo del otoño y la luz de la tarde se hermanaba con la noche sin apenas distinción. Los jóvenes de aquella aldea aprovechaban las últimas fiestas estivales, pronto todo quedaría nuevamente sumido en la rutina, las obligaciones matutinas, los trabajos indeseados.

Será mejor que comience con mis ejercicios.
La luz está al otro lado.
La luz está a mi lado.
La luz está detrás de mí.
Siempre la luz.
Me resulta complicado hablar y todos ellos lo saben. Incluso ese señor que me mira desde aquel lado de la sala. Tiene los ojos clavados en mí. Sé que en este momento sabe lo que estoy pensando, no es una intuición, simplemente ha sido capaz de introducirse en mis pensamientos. ¿Por qué siempre cargo con una maleta tan llena de recuerdos? He querido quemarla y abandonarla, enterrarla y olvidarla, pero siempre acabo transportando esa valija de memoria y soy consciente de que todos los monstruos como ese serían capaces de utilizarla.

Sea como fuera la criatura dormía, plácida y profundamente. Aunque a juzgar por las inesperadas sacudidas de sus miembros que se producían cada ciertos segundos, se encontraba felizmente viviendo alguna aventura inesperada.
Aquel hombre fumaba despreocupado, siendo consciente del tesoro que encerraba en su pequeño cochecito casa. Solo el horizonte era capaz de marcar un límite impugnable. No temía esa sensación, la fomentaba. Sus seguidores le respondían con ojos de admiración, bañados con una pátina de exaltación y respeto.
-Es mejor que la despiertes, esto no durará mucho- le increpaba a su madre con el deseo infantil de ver la cara de la muchacha al descubrir la celebración.
-No, el viaje ha sido muy largo y duro. Debe tener el cuerpecito molido después de tantas horas. Además ve tú, yo también estoy agotada.- respondió quejosamente.
-¿Cómo poder perderme el espectáculo de esos ojitos somnolientos?- le dijo apagando el cigarrillo en la suela de su zapato y tirándolo en un pequeño habitáculo de puerta
giratoria donde se ocultaba un separador de basuras, debajo del lugar donde ella preparaba la comida. Sigilosamente se acerco a ellas y dijo - y los tuyos tampoco- robando un beso profundo a los labios carnosos de la madre.
-Calla!!, la vas a despertar.

Pero es que ella esta tan bella tomando su baño de luz. Todos los miércoles a la misma hora se introduce en su bañera cuadrúpeda, abandona su lánguido cuerpo, desnuda su tiempo imaginando la niña que encerró en la pecera de sentimientos. A veces recibe la visita de un insecto con alma de aviador y poderes de dragón que promete llevarla lejos, de regreso a la habitación donde escuchaba los cuentos, sentía el calor, bebía la vida que un día tendría.
Se abandonaba a su imaginación sin pedirle explicaciones al subconsciente, sin ser capaz de reaccionar a nuevas oportunidades, dejando a la deriva los sentimientos perturbadores que un día le acecharon.
Corrió por un pasillo de luces verdosas, evidenciando que ante la luz no tendría ninguna oportunidad, su eterno poder brillaría más allá del desvanecimiento de sus ojos. Cobijó su cuerpo en una esquina inerte, procurando mimetizarse con el entorno hostil, sus ojos juguetones, divertidos, curiosos e infantiles siempre describieron lo que sentía.
El secreto siempre estuvo en sus ojos. Componían el mundo a su alrededor, ordenaba las líneas invisibles que unen los objetos. El poder de su mirada siempre quedo manifiesto en esos momentos en los que el mundo a su alrededor no existía. ¿Cómo podría tener esa capacidad de transformar el mundo hasta convertirlo en un sueño? La realidad siempre se imponía ante ella con su cruel tez curtida pero la miraba fijamente hasta encontrar un punto de debilidad que instantáneamente aprovechaba.
Tras su mirada todo se convertía en magia.

Un estruendo seguido de luces de colores se produjo en exterior del habitáculo. De un respingo la pequeña despertó alterada por el fragor, una expresión de angustia fue sofocada al instante en un abrazo de su madre.
-Son solo fuegos artificiales- se apresuro su papa a explicarle en un susurro delicado.
El llanto se hizo visible en su rostro, unas lágrimas perladas descendieron por sus mejillas. Su expresión de horror se transfiguro a un enfado indignado.
-Estaba a punto de hablar con ella- Rechistó apresurada la niña

©Jose Juan Torres de León

Además podeís ver el catálogo completo en el que he participado como diseñador gráfico.



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