Texto de Raquel Zenker donde reflexiona sobre mi trabajo. Gracias Raquel por este extraordinario esfuerzo. He de confesar que me siento desnudo dada la capacidad de Raquel para indagar en mis planteamientos y su claridad expresiva.
Me ves, luego existo
Texto de Raquel Zenker
¿Somos conscientes de formar parte de una
alienación existencial que nos invita a recrearnos dentro de una
iconografía global virtualizada? En esta era de la eterna conectividad,
la relevancia del individuo proviene de su propia visibilidad. Un
exhibicionismo crónico del cual somos partícipes, pues continuamente
nauseamos sin ningún pudor nuestras narrativas personales. Liberación
superficial, caótica, anodina si cabe, pues tanto los miedos como los
placeres se publican, actualizan y comparten infinitamente dejándonos en
un estado de vacuidad del ser, sin posibilidad de interiorización.
Desterrados del microcosmos de lo
privado, abrazamos en este comienzo del milenio el macrocosmos de lo
público. La arrogancia del yo, se ha convertido en divertimento de
autoafirmación a través de la imagen. Un eterno vivir escondidos tras el
individualismo de la máscara, como ya nos vaticinó Derrida.
Dentro de esta patología icónica, la
identidad se construye, a través de un narcicismo artificial, pues
hemos pasado casi sin darnos cuenta, de la soledad del agua, al espejo;
y del espejo, a la multitud de la imagen fotográfica. Una multitud que
nos acompaña continuamente, ya que nuestra comunidad virtual de amigos y
seguidores es la que hoy nos autoidentifica, nos valora, nos enaltece,
pues sólo a través de la mirada lumínica del otro, nos reconocemos.
Me ves, luego existo.
En esta falacia de territorios virtuales, y parafraseando a Sartre, es cuando nos atrevemos a sustituir la cita latina “ cogito, ergum sum”. Descartes
seguramente estaría de acuerdo con nosotros, pues ya no es el
conocimiento el que nos define, sino la imagen. Un proceso identitario
externalizado, que es reflejado como un yo reconstruido, ficcionalizado,
fragmentado; en tanto en cuanto, los anclajes que hoy nos definen, si
existen, son deficitarios.
Aún así, osamos rechazar la conciencia
de nuestra propia finitud dentro del mundo real, pues irónicamente es
en la virtualidad donde al fin encontramos la perpetuidad del ser.
Perpetuidad, que trasciende a través de sus imágenes Jose J* TORRES.
Este rastreador de lo visible, explora otros territorios limítrofes
donde confluyen esos márgenes entre el yo visible y el yo oculto,
rechazando ese vacío metafísico inherente a la mitificación de la
imagen. Pues es consciente de la pérdida de las identidades firmes y
definitorias que nos proporcionaban estabilidad dentro de las viejas
retóricas occidentales. Y es dentro de esta inquietud social que hoy nos
definde, y nos desorienta, donde este autor se atreve a indagar los
ocultos subterfugios definitorios del ser.
Hacer visible, lo invisible es su premisa, en un continuo deambular
entre realidad y ficción, el yo y el otro, vida y muerte. Narrativas
visuales que construye simbólicamente a través del territorio. Al igual
que durante siglos la cartografía se dedicó a certificar la existencia
de los lugares, este explorador neoromántico, da visibilidad a esa cara
oculta y desconocida del ser. Morfologías del paisaje en el que indaga
nuevas subjetividades, evocando paisajes introspectivos, silenciosos,
melancólicos; sutilmente escenificados, pues sólo así, es capaz, de
construir su imaginario.
Territorios con las que se
autoidentifica, creando su propio cuaderno referencial, en un continuo
ejercicio de profunda autoexploración, descubriendo esos límites del
precipicio, pues irónicamente deambula por los bordes del abismo, para
hacernos sentir ese vértigo ancestral, esa pérdida, huella de toda
disolución, terror hoy domesticado.
Aún así, dentro de toda esa contención,
prevalece una sensación de profunda extrañeza, y es lo que realmente nos
emociona en sus imágenes, das Unheimliche, ese efecto de
extrañamiento que nos incita a establecer conexiones con lo inquietante,
lo espectral de las cosas dentro de la familiaridad de lo real, como ya
nos describiera Proust en un primer acercamiento a este término. Es esa
desviación mínima, oculta que intuimos dentro del paisaje; acompañada
de un silencio triste y amargo, lo que irremediablemente nos sobrecoge.
Sus ficciones nos adentran en la soledad
del “otro”, que permanece inmóvil, expectante, en un suspenso eterno
ante el paisaje. Cabe recordar en este preciso instante las palabras de
Eugenio Trías “el silencio hierático de lo sagrado, que invade el
rostro y los ojos hasta fijarlos en una especie de reposo rígido y
majestuoso. No hay el menor atisbo de movimiento ni de dinamismo, o de
fuerza potencial que pudiera ser desplegada, en esos rostros
convertidos, en su travesía del límite, en auténtico material sagrado”.
Metáfora del devenir del tiempo, la imagen como una muerte simbólica, pues “una foto detiene
y separa una imagen, dejándola en suspenso entre el antes y el después,
apartándola, por ende, de sus coordenadas convencionales de la
realidad”, en palabras de Nelly Schnaith. Un paisaje que hoy nos
incomoda, pues somos conscientes de que ya no formamos parte de él. Ni
siquiera de esa generación, generación del cambio, como Torres
la denomina, pues son ellos, esos habitantes fronterizos que habitan el
paisaje en solitario, los que nos hacen ser partícipes de sus miedos e
inseguridades. Frágiles se enfrentan a un viaje iniciático propio de su
juventud, viaje que no tendrá fin, pues la madurez, si se alcanza, será
demasiado tarde. Y es por ello por lo que permanecen inertes, a esperas
de un cambio inminente que nunca acaba de llegar.
Me ves, luego existo.
Es esa última mirada lacerante la que más
nos hiere, paisajes del rostro que rememoran ese último viaje por
explorar, acercándonos al abismo, cartografías vividas a través de la
alteridad de los otros, pues sacar un retrato, es retratarse a sí mismo, sombra
visible de lo invisible. ¿No son en sus jóvenes rostros donde este
autor se autoproyecta, reflejando con toda acritud su propia muerte? Un
abismo al que nos acerca emotivamente a través del duelo y la memoria,
en un intento de traspasar este tiempo accidental que le ha tocado
vivir, dentro de un contexto social confuso, generador continuo de
estados de abatimiento y desasosiego, donde el futuro, si existe, se
vislumbra incierto.
Raquel Zenker
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